viernes, 14 de octubre de 2011

Día 14 de octubre: El terror que vino del frío

Es una pena que la Zombie Walk se reserve para los últimos días del festival. Se entiende como un colofón, pero después de tanta metralla coagulada toparte con tipos de media cara reventada, lolitas resurrectas y balazos en la frente no impacta con la misma fuerza. Un par de víctimas más, andando por los pasillos. Y eso aquí es de lo más corriente.

Quien sí que no entiende de separaciones entre el mundo de los vivos y los muertos es Eva Green en Womb (Benedek Fliegauf, 2011), una mujer enamorada de su alma gemela desde la infancia y que, ya en la adultez, termina perdiéndola a costa del accidente más estúpido. Los avances de la medicina y la biología le permiten tomar una solución radical: quedarse embarazada de un clon del pobre finado. Hay ecos obvios de Birth (Jonathan Glazer, 2004), aquella película con Nicole Kidman obsesionada con un niño que a ella se le antojaba la viva imagen de su marido muerto. Pero Fliegauf rota el cristal para mostrar la versión fría, con esas lanas gordas que recuerdan a Eva (Kike Maíllo, 2011), de un drama menos místico y sobrenatural y más intimista. Empieza a despedirse el festival en idénticos parajes a los del día de inauguración: páramos de hielo, paseos junto al mar picado, manos enguantadas y catástrofes románticas provocadas por personajes caprichosos e inmaduros. Y tanto carámbano termina clavándose en el alma de la película, igual de congelada que su estética. Un granizado con sabor a agua, a pesar del riesgo que adopta el guion al establecer lazos incestuosos entre la madre y el hijo-eco-del-novio.

Dulces sueños poco a poco embargan al cronista más cansado. No estaría mal una pastilla capaz de hacernos dormir durante las sesiones más pesadas del certamen. Un sueño inducido… y consentido: en Sleeping Beauty, de Julia Leigh, una joven universitaria (Emily Browning) se ve abocada a compaginar trabajos basura, tests experimentales y noches como prostituta de lujo para sufragar sus estudios. De aplaudido talento literario, la australiana Julia Leigh se pasa al cine reincidiendo en los temas que ya aparecían en sus novelas: la lectura negra de las clases altas y la sucesión de escenas aparentemente normales o inocuas que esconden pulsiones subversivas. Y demasiado escabrosos, aun rodados con máxima elegancia y elementos mínimos, son esos encuentros entre la joven drogada en una cama y los ancianos que acuden a aprovecharse de su sueño. La versión descarnada del cuento de La bella durmiente no demuestra tantas metáforas como su directora querría, y se nota que necesita mayor manejo del lenguaje audiovisual en cuanto los escenarios y el número de personajes se amplían y complican. Reina de contemplar el detalle sobre papel, en pantalla parecen sólo oquedades, manierismos, poesía de aliento raquítico. La forma oscura de un bostezo.

Al despertar, la calefacción era sólo una quimera. Tras tantos días, el aire acondicionado del Auditori continúa funcionando a máxima potencia y en pantalla se repiten las carreteras cubiertas de copos grandes como fiordos. Porque estamos en Noruega y acompañamos a un trío de universitarios que pretenden grabar un documental sobre la caza del oso. Como no podía ser de otro modo, el animal aquí es mínima amenaza y el objetivo se revela en realidad una horda de trolls de distintos tamaños, nombres y formas. El esquema de El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) no deja de sumar fanáticos que, como es el caso de André Øvredal, director de este The troll hunter (2010), intentan que la historia tras la técnica no sea siempre la misma. Cierto tono sarcástico y desmitificador de ese método narrativo abre y cierra la cinta, cargada de más humor, carreras alocadas y burlas hacia la mitología nórdica que de sustos y desmembramientos. Los trolls, que casi se dirían diseñados por Jim Henson, acaban provocando más simpatía que espanto, y como todo largometraje de este estilo que se precie, termina de forma abrupta, concediendo al público una pequeña broma más para fundamentar su supuesto aire documental.

¿Y si son reales los zombies que han pasado de largo por las salas? ¿Y si están intentado camuflarse entre nosotros en este día escogido para fingir que somos como ellos? ¿Y si descubro una verdad que hasta ahora nos ocultaba el gobierno? ¿Y si cojo una cámara, escojo la opción de visión nocturna y bajo a la Zombie Party con toda mi actitud temeraria…?

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